La leyenda de Escriche by Oscar Bribian

La leyenda de Escriche by Oscar Bribian

autor:Oscar Bribian [Bribian, Oscar]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: terror, misterio, fantasia, suspense
editor: OBR Ediciones
publicado: 2013-05-16T22:00:00+00:00


El cónclave

Se podía intuir a los gatos antes de verlos.

Sus escurridizas sombras iban y venían por las angostas callejuelas del pueblo, acechando como malhechores. Parecían fantasmas embutidos en cuerpos diminutos. Cada vez que alguien se daba la vuelta, tenía a uno de ellos tras de sí. Después se oían sus maullidos, largas súplicas de animales hambrientos.

Pero los gatos comían diariamente. Por supuesto que comían. Prueba de ello era la descontrolada natalidad y el progresivo crecimiento de estos felinos en la región.

La mayoría de las personas que se veían en el pueblo eran turistas. Cada fin de semana, especialmente durante el verano, las casas rurales del lugar eran ocupadas por familias y grupos de amigos con ganas de desconectar de la rutina diaria de las ciudades.

David Espinosa, su mujer y sus dos hijos, eran un claro ejemplo del turismo que alimentaba los exiguos ingresos del pueblo. La pequeña localidad se llamaba Murillo de Huerta, aunque tenía más bien poco que ver con la agricultura. Lo especialmente abrupto y rocoso del terreno donde se asentaba, en la falda sur de las estribaciones pirenaicas, hacía prácticamente imposible el desarrollo de un amplio campo de cultivo. En cambio, sí podían descubrirse pequeñas parcelas con hileras de hortalizas en la parte trasera de algunas viviendas.

—Mira, papá, ¡tomates! —El pequeño Manuel, de nueve años, tiró de la manga del abrigo de su padre para llamar su atención.

—Eso parece, sí —respondió David, sin apenas desviar la vista del suelo empedrado.

Estaba algo cansado de la insistencia de su hijo cada vez que veía un huertecillo.

Habían salido de pesca, tras el desayuno. Susana se había quedado con la pequeña descansando tras la excursión del día anterior. Raquel tenía medio año y el frío de la mañana podía serle perjudicial. Claro que David sabía que aquello no era más que una excusa. Susana nunca había llegado a simpatizar con la afición de su marido. En cierto sentido, la presencia de Manuel, quien tampoco se mostraba muy ilusionado con una caña de pescar en la mano, le venía bien a David. Aunque la pesca requiere quietud y perseverancia, no le gustaba sentirse solo en la montaña.

Subieron por las callejuelas flanqueadas por viviendas ruinosas. En algún rincón se levantaba una casa rural totalmente remodelada. Casa Leandro, casa Leal, casa Martínez. Las letras destacaban en la superficie de los azulejos situados sobre las puertas principales. Pero eran excepciones en un pueblo semiabandonado, anclado en el tiempo como un cadáver que ya nunca volverá a caminar.

Sólo había un pastor en Murillo y contaba con medio centenar de ovejas. Lo habían visto partir con el rebaño a primera hora de la mañana, al alba. El resto de oficios se habían extinguido con el paso del tiempo. Ni siquiera la vieja tienda de recuerdos de la anciana Pilar abría sus puertas, y en su polvoriento escaparate aún podían verse las últimas tallas de gatos en madera y alabastro que no se habían vendido.

Pero David Espinosa no deseaba adquirir ningún gato, ya estuviera vivo o cincelado en piedra.



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